lunes, 4 de agosto de 2008

Pandillas

Las pandillas lanzan un recio desafío a la sociedad contemporánea, la complejidad
de las realidades que envuelven las convierten en el más agudo conflicto de la
ciudad actual. Son un fenómeno de la globalización hoy dominante, nacen y crecen
en uno y otro lado. Aparecen en los países industrializados y sus ciudades
atiborradas de autopistas, al tiempo que brotan en la periferia y sus urbes cercadas
por cinturones de miseria. En ambos casos, desde la riqueza o la pobreza,
proliferan entre la marginalidad poniendo de presente el caudal de exclusión y
miseria inscrito en la era de la innovación tecnológica, el mercado financiero y el
triunfo de la democracia. El gesto que les marca, de rechazo visceral hacia los
moldes de la vida de todos los días, devela el abismo que atraviesa las armaduras
instituidas y el proyecto de sentido de la sociedad del mercado y la información. Y
para completar, la ligazón con prácticas ilegales del más diverso cuño, desde el
robo hasta la violencia, torna visible la difusión de una criminalidad que cada vez
más se convierte en estructura de mediación social de amplios sectores excluidos.
Por ello los pandilleros son el más penetrante conflicto de la ciudad
contemporánea: por su condición global y el señalamiento de la exclusión, por su
fractura con el universo institucional y la conexión con el mundo de la
criminalidad.
Dos acontecimientos recientes les pusieron en el centro de la conciencia mundial,
cada una enraizada en un territorio dispar y opuesto respecto al otro. De un lado
las maras centroamericanas, simbolizadas por muchachos tatuados hasta en el
último rincón del rostro, fueron declaradas el problema de seguridad nacional de la
región dando lugar a las políticas de represión de los gobiernos del triángulo norte
a partir del año 2003. En el momento de mayor auge los estados de México y
Estados Unidos se unieron a la campaña, presos del pánico a la invasión de los
mareros que huían de la persecución en sus países de origen. Del otro hacia finales
del año 2005 los inmigrantes de los suburbios franceses, representados por
muchachos negros de ascendencia norte africana, se tomaron las ciudades del país
orquestando una resistencia sostenida mediante la quema de vehículos y el saqueo
de establecimientos. La revuelta se extendió hacia algunos países vecinos, llegó a
Bélgica y Alemania. Unos desde la periferia y otros desde el centro, poco importa.
A los dos los rubrica una sola y misma condición, la de un mundo que renunció al
proyecto de incluir en sus redes de distribución e intercambio a todos y cada uno
de sus ciudadanos.

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